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Eliseo en el reino de la amistad

Eliseo Diego, fundador del grupo Orígenes, Premio Nacional de Literatura


Este artículo es de hace 13 años

Cuando llegó a la Biblioteca Nacional José Martí, invitado por su directora, María Teresa Freyre de Andrade, ya el poeta Eliseo Diego era un mito para la lírica cubana que él enriqueció en el siglo XX, junto a otros amigos suyos con quienes compartió la poesía y la fe, el amor y la amistad dentro de la cofradía de aquel grupo de hombres y mujeres que se reunían en Orígenes, encabezados por el maestro José Lezama Lima. Sin embargo, Eliseo desde la singularidad de su palabra, por esa generosidad de prodigarse en beneficio de otros, enrumbó no solo hacia la creación personal, sino que dialogó con otros, algunos que se iniciaban y otros que continuaron sus propias creaciones, para aunar voluntades en aquella suerte de reino de la amistad, que él lideró durante casi una década, cuando dirigió en aquella emblemática institución el Departamento de Literatura y Narraciones Infantiles. Como si emprendiera el viaje, de manera cotidiana, y desde el imaginario de su infancia hasta su madurez en desarrollo, y avanzara con la pureza de su escritura igual que en los poemas de su cuaderno En la calzada de Jesús del Monte, se expandían los sueños y las fabulaciones del poeta, ahora multiplicada en la niñez y entre adolescentes y jóvenes, y así surgió el espacio entrañable de La Hora del Cuento, semillero que propició también el actual movimiento de narración oral que se desarrolla exitosamente en todo el archipiélago cubano, cuya contribución ha sido y es clave en el rescate y renovación de esta manifestación artística dentro del ámbito iberoamericano, y que tuvo en Eliseo y en aquellas jornadas suyas su gestor, esa suerte de chamán, capaz de trasmitir a las nuevas promociones y generaciones, el legado ancestral de la especie humana. Era el mismo Eliseo que, con sus fraternos Cintio (Vitier) y Fina (García Marruz) a quienes los unían lazos poéticos y familiares, abría el escenario de su despacho, este se trasmutaba en el reino del caballero de Boloña, para escuchar, con respeto y atención, a los jóvenes líricos, a los narradores que allí tributaban sus primeras composiciones, mientras se enriquecían no solo con los juicios y consejos de aquella increíble triada de maestros de las letras cubanas, sino que contribuían a esa juventud que jamás ha estado ausente de la vida y de la obra de Eliseo, Cintio y Fina, imantados los tres por la esperanza y la alegría compartidas, desde aquellos mediodías de la Biblioteca Nacional, hasta los espacios más íntimos de sus hogares, en los que se dio continuidad a aquella suerte de academia socrática. Es la obra de un hombre bueno, generoso que, además, fue y es uno de los grandes de la literatura cubana de todos los tiempos, poeta siempre, ya fuese que su expresión se manifestara en versos o en prosa, siempre con la presencia de la imago, en la vocación de una cultura que así, desde la amistad y el amor, subrayaba también su cubanía, aval de una escritura que tanto en la palabra impresa como en su expresión oral, tenía como clave del discurso una voluntad de servicio y de utilidad, ajena al egoísmo. Fuente: Cubahora

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